En 1990, Miguel Ángel Reanda viajaba hacia la capital en un autobús que fue interceptado por el ejército. Cuando los soldados los intimidaron, Miguel se levantó, diciéndoles con valentía que los que iban allí eran personas trabajadoras y que los dejaran en paz. Fue lo último que pudo decir.

Los soldados ejecutaron a Miguel y también a Gregorio Ramírez, así como al dueño del bus de apellido Aguirre enfrente de los aterrados pasajeros que pedían misericordia para ellos.

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