Se me ha pedido escribir una introducción para este librito que es recuerdo de la inhumación de las víctimas de la violencia, realizada en San Pedro Jocopilas el 17 de julio de 2005. La palabra del Obispo debe ser una palabra de esperanza y de fe. Por eso quiero repetir en esta introducción las palabras finales de mi homilía en la misa de aquel día. "Hoy hemos escuchado el relato de la magnífica visión de Ezequiel (37,1 -14). El profeta contempló un campo lleno de huesos secos. Huesos secos son los que han salido de las fosas excavadas y que ahora llenan estos ataúdes en esta iglesia. Y el Señor nos hace la misma pregunta que le hizo al profeta Ezequiel: Hijo del hombre, ¿podrán vivir estos huesos? Y nosotros estamos aquí porque tenemos fe que estos huesos son personas que Dios ama, personas que Dios ha llamado a la vida con él para siempre. El Señor nos manda, como mandó al profeta: Profetiza sobre estos huesos y diles: Les voy a infundir espíritu para que vivanLos recubriré de tendones, haré crecer sobrustedes la carne, los cubriré de piel, les infundiré espíritu y vivirán, reconocerán que yo soy el Señor.Nuestro destino no es la muerte. El destino de estas personas no es quedarse para siempre corno huesos secos en estos féretros. Nosotros creemos que Dios nos ha llamado a la vida, y si la vida les fue arrancada a estos hombres y mujeres por manos de hombres crueles, estos hermanos nuestros que hoy vemos como huesos secos, viven para Dios y delante de Dios. Vamos a sepultar estos huesos llenos de fe y de esperanza. El respeto con que tratarnos estos huesos, la veneración con que enterramos estos huesos expresa nuestra fe que la vida humana es preciosa para Dios y que estos hermanos viven para Dios, quienes los mataron, trataron de eliminar su memoria; Dios se ha acordado de ellos por amor y los ha llamado a su presencia.

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